cuatrocientos dejaron su nieve en el ramaje.
Por eso la corteza es tan áspera. Dentro,
detrás de la corteza, mi alma fluye.
Mi alma mínima anciana, difícil conmoverla.
Pero qué fina piel, qué dócil al tormento,
qué fácil de arañar en las escamas duras.
Cómo hubiera querido por amor desnudarme.
Exhausto, derramándose en diecisiete heridas,
descansó todo el peso de su carne en mis brazos.
Soy un árbol muy viejo y él un hombre muy joven,
y una vez lo sostuve entre mis brazos.
Carmen Jodra
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